Un paseo por Kibera, el Slum más grande de África
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Un paseo por Kibera, el Slum más grande de África

La primera vez que pisé Kibera fue en 2015 y había visto poco de Nairobi y de Kenia, ya que llevábamos en el país cuestión de 30 minutos.

Íbamos en la furgoneta de los misioneros, camino a su casa, ubicada en una de las pocas calles periféricas asfaltadas que rodean el slum, pero nosotras no sabíamos dónde estábamos yendo. Habíamos oído hablar de Kibera pero no nos dimos cuenta de que íbamos allí hasta que empezamos a verlo.

Kibera es un barrio de la ciudad de Nairobi, un asentamiento de chabolas donde viven alrededor de 1 millón de personas hacinadas entre chapa y basura. Se dice que es el slum (barrio de chabolas) más grande de todo África.

Cuando llegamos a la casa y tras tomar un pequeño té de bienvenida quisimos conocer la zona, tenía la necesidad de saber dónde estábamos, porque nunca había visto, hasta ese momento, algo de aquella magnitud.

«Cuando caminas por Kibera parece que el tiempo se para y todo lo que tenías en tu cabeza desaparece»

 

Las calles son estrechas y los caminos de arena o barro están llenos de surcos, por lo que siempre es recomendable mirar hacia abajo. Las calles más anchas están llenas de puestos de ropa de segunda o tercera mano y pescado desecado y de niños/as, muchos niños y niñas que corren y deambulan jugando por allí con una sonrisa difícil de explicarse para estar en aquel lugar.

En el centro del slum y casi rozando las casas, se encuentra la vía del tren de la linea Kenia-Uganda, que lo cruza dejando las vías enterradas en bolsas de plástico, botellas y montones de basura.

Tras más de 1 hora caminando por las calles llegamos a una casa. Como todas las demás era de chapa y medía unos 3×3 metros, donde vive toda una familia al completo y normalmente se pagan unos 3000ksh (30€) de alquiler al mes. Peter, uno de los misioneros con el que caminábamos comenzó a hablar con la mujer de la casa y sin saber muy bien cómo acabamos sentadas en su diminuto salón, donde había un sofá y una mujer enferma de malaria.

Creo que en aquel momento yo estaba en estado de shock, porque cuando cambias por primera vez a una realidad tan diferente a la tuya cuesta mucho analizar lo que está sucediendo, suele ser más fácil hacerlo cuando tomas distancia, o al menos, eso me parece a mi.

Uno de los problemas más graves de Kibera, sin duda, son los problemas de salud y la inseguridad que hay, sobre todo por la noche. De hecho, existe una costumbre llamada «flying toilets» y es que, como las letrinas son comunitarias y la noche es peligrosa, sobre todo para las mujeres, la gente tiene que hacer sus necesidades en bolsas de plástico y las lanza por la ventana, por lo que acaban en el suelo o bien en los tejados y arrastradas por la lluvia hasta el río, lo que acaba siendo un foco tremendo de enfermedades.

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La verdad es que no puedo decir que tuviese buen sentimiento, es verdad que ver algo como aquello es darte un bofetón de realidad en estado puro en toda la cara, pero creo que, si no estás allí con una misión, es decir, por una causa concreta, es feo hacer turismo de la desgracia ajena. En nuestro caso estábamos allí por trabajo y las personas con las que trabajábamos en aquel momento (los misioneros) viven allí. Aún así no me sentía del todo bien.

Te hablo de esto porque tiempo después una amiga me contó que era muy común las excursiones para ver Kibera por unos 40€. Las agencias de viaje se lucran haciendo lo que yo llamo

«Tours de la pobreza»

 

y llevan a los viajeros a hacer una ruta por el Slum. «Masai Mara, Lago Nakuru y pobreza en Kibera…». Cuando investigué sobre ello y vi que era real, no me lo podía creer.

Hay quien lo defiende diciendo que las visitas de turistas favorecen al desarrollo de la zona, otros en cambio, entre los que desde luego me incluyo, pensamos que es denigrante.

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Aquel día aprendí muchas cosas.

Que la desigualdad puede ser tan grande como un océano, que se puede sonreír incluso en el infierno y que en aquel momento sabía tan poco de aquel país y su cultura que tendría que abrir mucho los sentidos para poder saborearlo todo.

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